Cuidado con los pentagramas invertidos.
A finales de los años sesenta en Estados Unidos comenzaron a aflorar todo tipo de grupos sectarios de corte satánico y luciferino, que llegaron con la libertad religiosa de la época. Muchas noticias aparecían a diario en los medios de comunicación referentes a estos temas, tales como sacrificios, misas negras y demás actos diabólicos.
El cine, uno de los mejores periódicos de la sociedad del siglo XX, no tardó en ocuparse de estos asuntos rápidamente. Quizá la más conocida fue “La semilla del diablo”, pero otras muchas se realizaron con tramas parejas. Del mismo año que la anterior, 1968, es “La novia del Diablo”, una de las mejores películas de la madurez de la Hammer, mucho más compleja, ambigua, barroca y diferente de lo solían ser sus películas habitualmente.
Una de esas diferencias más notables es que hasta Christopher Lee hace de héroe y no de villano, ofreciéndonos un papel lleno de matices y dobles lecturas.
Pero es el punto de partida del guión lo que la hace a esta película tan especial. Una de las novelas ocultistas de Dennis Wheatley, uno de los mayores expertos en el tema, hace que el material sea de un valor a mayores comparado con otros guiones de la Hammer más cercanos a historias más simples y lineales.
Es un terror más maduro y trabajado y por lo tanto produce más angustia su visionado. Si antes mencionaba la interpretación de Lee, hay que resaltar aún más la de Charles Gray, en el papel de brujo satánico, que resulta estremecedor con esos ojos azules.
El director, ese grande del género que fue Terence Fisher, nos ofrece con maestría como rodar en interiores, pero es que además nos brinda desde persecuciones de coches a travellings de gran valor. A pesar de que siguió haciendo cine, esta es probablemente su última gran película.
Altamente aconsejable al público en general y referencia obligada para los amantes del cine de terror.