DOS CAMINOS HACIA LA JUSTICIA
En un pequeño pueblo, al norte de Vinegaroon, en Texas, la ley la imparte un hombre muy particular. Se llama Roy Bean y se le conoce como El Juez de la Horca. No es abogado, pero él se autonombró juez. No conoce de leyes, pero él aplica las suyas y se le respeta. Es parcializado cada que le conviene, pero la gente lo sigue porque necesita las leyes y nadie allí conoce otras que no sean las suyas.
La historia que nos cuenta el director William Wyler, como la inmensa mayoría de las películas del oeste, no pretende tener un firme asidero en los hechos tal como sucedieron. Quizás se rememore algún episodio cierto, pero los personajes, en definitiva, son ampliamente retocados para dar mayor relieve a los sucesos que al final deciden contarse.
El cine es esencialmente ficción pues, aún en el documental, hay una selección subjetiva de los hechos que corresponde al criterio moral, ideológico y sensible del realizador. Por esta razón, una película no debe evaluarse considerando lo que “realmente” sucedió (pues esto último es también lo que otros dicen, y no es menos subjetivo), sino que debe interpretarse partiendo de lo que cuenta y de la manera en que lo cuenta.
Wyler ha recreado una encantadora e interesante amistad entre el juez ya descrito, quien vive perdidamente enamorado de Lily Langtry, una cantante inglesa a la que sólo conoce por las numerosas fotos que conserva, como un tesoro, en la pared de la cantina que él mismo maneja y Cole Harden, un forastero que es llevado al bar acusado de robar el caballo de “Piel de Pollo” uno de los asistentes de Bean.
Entre ellos, sucederán situaciones deliciosas cuando, para salvar su pellejo, Harden le hace creer al enamorado juez, que es amigo íntimo de la soñada Lily y que incluso conserva de ella un mechón de su cabello.
En aquella tierra, se viene dando la lucha entre los ganaderos que no respetan la propiedad privada y los agricultores que defienden sus sembrados del paso arrasador del ganado de aquellos. Recién ha terminado la Guerra Civil y cientos de colonos luchan por asentarse y vivir en paz.
Gary Cooper recrea a un hombre de diálogo quien luego tomará partido por los agricultores, cuando se hace amigo de Jane Ellen Mathews, y con sus propios ojos, observa los atropellos del ganadero Bill y su pandilla. Walter Brennan, en una brillante e inolvidable actuación que le mereció su tercer premio Oscar, da vida a un singular Roy Bean, que nos causa más risas que resentimiento, aunque sabemos que está del lado de los ganaderos y que, en definitiva, sólo defiende sus propios intereses.
Un filme bellamente fotografiado y con algunos momentos (el juicio a Harden, la consecución del mechón, la entrega de éste a Bean, el juez como único espectador en la presentación de Lily…) que difícilmente olvidaremos en el resto de nuestra vida.
Título para Latinoamérica: “EL CABALLERO DEL DESIERTO”.